Querido,
muy querido hijo de mi alma.
En estos
últimos momentos tu madre piensa en ti. Sólo pienso en mi niñito de mi corazón
que es un hombre, un hombrecito, y sabrá ser todo lo digno que fueron sus
padres. Perdóname, hijo mío, si alguna vez he obrado mal contigo. Olvídalo
hijo, no me recuerdes así, y ya sabes que bien pesarosa estoy.
Voy a
morir con la cabeza alta. Sólo por ser buena: tú mejor que nadie lo sabes,
Quique mío.
Sólo te
pido que seas muy bueno, muy bueno siempre. Que quieras a todos y que no
guardes rencor a los que dieron muerte a tus padres, eso nunca. Las personas
buenas no guardan rencor y tú tienes que ser un hombre bueno, trabajador. Sigue
el ejemplo de tu papachín. ¿Verdad, hijo, que en mi última hora me lo prometes?
Quédate con mi adorada Cuca y sé siempre para ella y mis hermanas un hijo. El
día de mañana, vela por ellas cuando sean viejitas. Hazte el deber de velar por
ellas cuando seas un hombre. No te digo más. Tu padre y yo vamos a la muerte.
No sé si tu padre habrá confesado y comulgado, pues no le veré hasta mi
presencia ante el piquete. Yo sí lo he hecho.
Enrique,
que no se te borre nunca el recuerdo de tus padres. Que te hagan hacer la
comunión, pero bien preparado, tan bien cimentada la religión como me la
enseñaron a mí. Te seguiría escribiendo hasta el mismo momento, pero tengo que
despedirme de todos. Hijo, hijo, hasta la eternidad. Recibe después de una
infinidad de besos el beso eterno de tu madre.
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