Carta de capilla:
Mi esposa e hijos adorados:
Estoy viviendo las ultimas horas de mi vida y mi alma se va tras de vuestro recuerdo para llevaros toda la grandeza de mi cariño.
He tenido mala suerte; no ha servido la limpieza de mi vida y la nobleza de mi ejecutoria para impedirlás este desenlace de dolor y de lágrimas.
Me voy del mundo con la satisfacción y el orgullo de haber cumplido con mis deberes, sin daño ni quebranto de nadie. Sembré el bien por doquier hasta entre mis adversarios. La vida me recompensa así. Me siento orgulloso de encontrarme superior a los demás. Sentid también vosotros este digno orgullo mío, y que él sea el lenitivo que enjugue vuestras lágrimas y ahuyente vuestra pena.
No me duele morir, siendo inocente. Lo doloroso seria morir culpable.
Ya no podré pagaros con mis sacrificios y mis ternuras, la abundancia de cuidados y abnegaciones que en mí habéis derrochado. Pero este deber que con tal sublimidad habéis derrochado Dios y la vida os lo recompensaran.
Dolores, hijitos; no lloréis, no sufráis. Lo irremediable no debe haceros penar. Cuídate, no estás bien y los hijitos te necesitan ahora más que nunca. Bésalos por mí, tanto como yo les hubiese besado; erais el cariño y la preocupación más honda y dulce de mi vida.
Continúa su educación llevándolos siempre por la senda de la honradez, dignidad y nobleza por la que ya caminan impulsados por la ejemplaridad de nuestras vidas sencillas.
Solo por vosotros me cuesta tristeza abandonar la existencia y un dolor infinito me acongoja el pensar en los días que os esperan. Pero ¡animo y valor!. Ya vendrán para vosotros y para todos días mejores y mi nombre de sacrificado recuperara el rango moral que me pertenece y que no habrá logrado manchar nadie. Todo este pueblo me conoce y sabe que mi corazón solo tuvo capacidad para el bien.
Adivino el sentimiento general que producirá mi sacrificio en ese pueblo tan poco comprendido y mal interpretado por algunas gentes. Vaya también para él, mi amorosa despedida.
Muero por haberle servido, no en sus violencias ni en sus pasiones posibles, sino en sus humanas apetencias y justas necesidades. Mi obra, mi nombre y mis sueños, ahí quedan. no ignorados ni aun entre los adversarios que tan ligeramente han dado margen a este desenlace.
Oye, Dolores. En este instante supremo, como estimulo para morir orgulloso de mí mismo, vienen a mi memoria todas aquellas instrucciones hijas de mi iniciativa merced a las cuales sembré con entusiasmo entre tantos desvalidos, el lenitivo para sus dolores, la saciedad de su hambre, la moralidad a su conducta y el freno a sus pasiones. Esto me hace estar contento de mí mismo en esta hora suprema de mi vida. ¿Y mis niños de las escuelas? Trozos de corazón que fui dejando en mi camino.
Hijitos, imitadme siempre en mi conducta para con todos. Perdonad como yo les perdono, hasta a quienes os quitan mi amparo, mi cariño y os arrancan las más dolorosas lágrimas de vuestro vivir.
Gonzalo, estudia y trabaja, hijo mío. Por mama, por tus hermanos, por ti. Se digno de Serafina siempre y piensa que por sus virtudes y su abnegación yo la hubiera llamado con satisfacción, mi hija muy querida.
Amosito, quiero que estés sereno y sufras el dolor de mi muerte, con el estoicismo prudente y digno, con que yo vivo mis últimos instantes. Llevaos bien todos los hermanos, como hasta ahora y mimad a mama, cuya situación actual tanto lo necesita.
Lolita, mi hijita. Se siempre digna, limpia y honesta como eres. Estudia, lee y aprende. Así honrareis la memoria de papa y todos os seguirán queriendo como hasta aquí.
Paquito, hermoso. Yo sé que me necesitabas como todos, para completar vuestra formación personal y profesional pero ya que yo falte, obedeced a mamá, y a ese puñado de nobles amigos, entre los que hallareis consuelo, ayuda moral y dignos y saludables consejos.
Mi Aurorita, mi vida. Ya no serás como decías "la niña de mi vejez", pero te queda mamá y los hermanitos. Apoya en ellos tu cariño y tu ilusión.
¡Cuánto os quiero a todos! ¡Cuantos besos y ternuras me llevo en el alma, sin poder expresarlas y enviároslas de hecho como testimonio de mi cariño inmenso!
Tened todos en vuestra pena la dignidad y la prudencia más exquisitas y tened la seguridad y la esperanza de que la Justicia Eterna, velara por vosotros y por todos hoy y en el porvenir.
Conste que estoy tranquilo a pesar de que os pierdo y de que confiado, más en la situación serena de mi conciencia que en la justicia de los demás, llegué a creer como me decíais en la conmutación de mi condena.
La suerte no lo ha querido. ¡Cúmplase la voluntad de lo Alto y que Él demande a quien corresponda la responsabilidad moral de mi muerte.
Constante, hermano querido, no decaiga tu ánimo ni tu ilusión de vivir. Te necesitan todos; los tuyos y los míos, que desde ahora son tuyos también. Te instituyo heredero de mi paternidad, para guía y amparo de mis hijos. A la hermana, ¡pobrecita! Qué tenga mejor suerte que hasta ahora y vea pronto con ella a sus hijos y a su pobre marido. Yo voy a unirme con nuestros viejos y con nuestros hermanos.
Consuela a Dolores y a mis hijos. Que no me lloren Que me recuerden y me imiten en la conducta moral que mi vida señala
A Sotillos, Feli, Fina, Anita y familia; a la abuela Petrilla, Maldonado. A Juliana, tus hijos, Miguel. A todos con mi despedida eterna, les envío gratitud cariño, cuanto puedo dar en esta hora póstuma de mi vida.
¡Cuantas cosas os diría! Sois mi vida mi mayor asidero a ella. No sufráis y sed como fui con todos, hasta con los adversarios y si algún día mis restos pueden descansar eternamente en Vallecas, llevadme a su cementerio y así estaré cerca de lo que tanto quiero y del pueblo en cuyo servicio rindo el tributo de mi vida.
Adiós a todos y para siempre. En el último fulgor de mi vida corresponder al ultimo adiós a vosotros amados míos.
Os envío como ultimo testimonio de cariño, mis besos más puros más amantes más dignos de la pasión nobilísima que vuestro recuerdo inspira a mi corazón.
Dolores, hijitos, no sé como terminar, aun no creo que estas son mis ultimas palabras y sin embargo así es. Que la suerte os haga leve esta pena y la vida os depare motivos de pronto y eficaz consuelo. Yo os bendigo y os despido para siempre, queriendo dejaros en estos renglones todo lo bueno, todo lo mas amante de mi ser, para que viva eternamente entre vosotros y sea vuestro amparo y vuestro consuelo en los días más amargos del futuro. Y en la aurora de paz y de justicia que ha de llegar para nuestra amada patria y para vosotros los que sin culpa ni motivo, recogéis esta cosecha de pasiones y este quebranto incomparable.
¡Adiós, adiós todos, alma de mi alma, millones de besos y ternuras de este infortunado que os adora y ve acercarse el momento de morir. Sed buenos. Hasta la eternidad
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