Mi queridísima Manoli: Ayer día 19, me anunciaron que al amanecer de hoy sería fusilado, pero fue suspendida la ejecución; espero acabar mis días de un día para otro. He hecho inventario de mis cosas para que te sean entregadas. No desesperes, cariño mío. Muero tranquilo y sereno, confiando en que el sacrificio de mi vida servirá para que en el porvenir no sufran los que nos sucedan las vicisitudes de nuestra generación. Inmenso es el amor que siento por ti y por nuestra querida Amatxo. Vuestra imagen me acompaña hasta la muerte. Durante toda mi vida he procurado ser buen hijo, buen esposo y buen padre. Como corresponde a un hombre de mi condición. No os dejo en herencia más que mi pasado de consecuente honradez, mi limpio apellido de comunista. Cuidadlo como las niñas de vuestros ojos; que él ilumine el camino que has de recorrer durante toda tu vida. Deseo no te dejes ganar por el dolor y la melancolía que pueda producirte mi desaparición. Eres joven todavía y el tiempo cicatrizará la herida de tu sufrido corazón. ¡Mi Manoli querida! No quiero que, por venerar mi memoria renuncies a tu juventud. Te quiero demasiado para desear tal cosa. Cuando te uniste a mí yo no pude ofrecerte esa felicidad risueña y apacible con que sueñan las muchachas de tu edad. Ese género de “felicidad” no nos pertenece; es totalmente contrario a nuestras aspiraciones. Cuando te uniste a mí, te uniste a un luchador con el que has compartido todas tus vicisitudes durante las accidentadas etapas de nuestro “idilio”. Procura forjarte en las enseñanzas de esta dura experiencia, pues las vicisitudes no han terminado para los que sobreviváis. Aconseja de esta manera a nuestra querida Luisita. Yo vigilaré desde los luceros, que no se entristezca demasiado: ya veis que yo conservo el buen humor. Mis postreros besos para todos y, en especial, para nuestra Amatxo, para ti, para Eusebi y Luisita.
Prisión de Porlier, 20-1-42
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