Un impostergable grito de la conciencia me obliga a destapar la cruda herida.
Sacudid un poco vuestro sueño sereno, amables compañeros, y oíd esta verdad horrenda: España entera es ahora una cárcel y un matadero. Pongo la mano sobre el pecho, encima de mi corazón herido la pongo para gritar el dolor de España: allí, los hombres constituidos en autoridad asesinan al abrigo de las leyes. Las leyes de este flamante Estado Español sostienen el crimen, lo requieren, lo implantan como sistema. Abrid bien vuestros ojos y poned atenta oreja a lo que digo: en este instante, centenares de hermanos en desgracia, millares en toda España, caen sacrificados cobardemente al golpe de esa inmensa e innoble cuchilla del Estado. Hombres y mujeres, sin distinción de grado alguno, sucumben bajo este código de exterminio. Allí ya no hay garantías para la madre, ni para el niño, ni para el anciano. Constituye un peligro inmenso sacar el pecho al viento y respirar en el libre aire de Dios. En una continua zozobra rebulle el pueblo perseguido. Extraviado por los caminos de la patria sangrante, mustio, desgarrado ambula el glorioso pueblo de España.Mentira, odiosa mentira la de querer dar entender que nuestros muertos son gente despreciable y vil. Los elegidos para la muerte pertenecen a las más puras inteligencias de España, a sus más altos y nobles corazones. Allí se asesina en nombre el Cristo humano y piadoso, y este crimen inmenso, este desafío a los principios evangélicos clama justicia al cielo. En nombre de Dios poderoso se santifican los asesinatos colectivos y este espantoso oleaje de sangre es una ofensa echada al rostro purísimo de la justicia divina. Grito lo que en pleno corazón me quema como una brasa viva, lo que en tres meses y medio de prisión he visto con horror. Digo el espectáculo macabro de Porlier 54, cinco mil presos en una cárcel estrecha, sin aire, sin agua, sin luz del sol. Cinco mil presos movidos noche y día como un arreo de mulas por el látigo. Albañiles, carpinteros, trabajadores de la tierra, militares, abogados, médicos, periodistas, magistrados, ex ministros, diputados. Gentes de todas las profesiones y oficios, atropellados en su más noble esencia humana. Las manos y las inteligencias más puras de España sucumbiendo bajo la opresión ignominiosa de estas hienas sedientas de sangre. “En dónde tenéis el oro de España” preguntaban los jueces a Besteiro. “Lo tenéis vosotros en vuestras cárceles”, respondió el político. Y es verdad. Ahí está toda la masa , la verdadera riqueza de la patria, ahí están las manos que hacían el blanco pan español, las que elaboran el mejor aceite del mundo, las que por siglos y siglos sostuvieron e hicieron florecer la hermosa tierra española. Ahora se pudren en la inaccíon y bajo la furia de sus carceleros son como espectros o sombras miserables. No pongo en lo que escribo ni una nota más de lo que he visto. Os hablo como el que viene de ultratumba. Ciento siete días inmundos, largamente contados uno a uno, dan testimonio fiel de lo que digo. Nunca, nunca me arrancarán del pecho el asco que me producen tales verdugos. Arrugas de espanto y de indignación traigo en el alma. Cuatro cárceles tuvo la República de Madrid, en medio de la más azarosa guerra; treinta y siete tiene ahora Francisco Franco.Y qué barracones inmundos, qué infames pudrideros, una hora de agua en los grifos y ocho lavabos para quinientos presos, los piojos pululando por los cuerpos sin vida, el sudor, la mugre, el aire espeso de tabaco, los dos baldosines y medio de mezquina cama, los retretes repletos de inmundicia, las moscas pegajosas, la dignidad humana atropellada hasta las lágrimas, la bofetada en el rostro, el codo a codo en las galerías tenebrosas, la sopa de pan vinagre, las lentejas con tierra y gusanos, la sed en las gargantas resecas, el hambre como un garfio. Y Amancio Tomé, el energúmeno inspector de las cárceles de Madrid queriendo doblegar nuestro espíritu a fuerza de tormentos morales, a golpes de hambre y humillación. No te olvido, VI Galería de Porlier, con tus noches de lúgubre silencio, en que quinientos corazones se apretaban en una sola y vibrante esperanza: España libre. Allí la cárcel era inmunda, el muladar del hombre, pero la calle era la familia en la miseria, la casa de los préstamos, la vagancia de los hijos, la sucia limosna. Compañeros míos de reclusión, no olvido vuestros nombres, albañiles o intelectuales, a todos os acompaña mi recuerdo. Y menos aún te olvido terrible III Galería, espantosa antesala de la muerte. Desde aquí os veo, queridos compañeros, el codo en las rodillas y el rostro en las manos, candidatos seguros para el más allá. No olvido vuestras noches sin sueño, el chirriar de los hierros y todos los extraños ruidos de la noche como culetazos en el corazón. Y las horas de “saca”, con su solemne sonido de hielo, y el sudor mortal y la angustia unánime de cinco mil almas mirando a sus compañeros partir hacia la muerte.
Y después, la calle, el grito despavorido de las mujeres, el pobre corazón de las madres rompiéndose en astillas. Y vosotros compañeros flagelados, que llegabais de las comisarías con los pulmones rotos, echando sangre por boca y narices y enfermos o ya inútiles para toda la vida. Javier Bueno, como te recuerdo, espíritu de bondad, inteligencia y corazón superiores, leyendo a tu Garcilaso te sorprendió la muerte, pero sereno y digno, como un filósofo griego, te fuiste del corro de nuestros corazones. Y tú, Bernardo Sánchez, obrero metalúrgico, hermano mío, corazón de pan abierto: cinco hijos pequeños, una mujer enferma, una madre herida de muerte y un padre anciano quedan llorando tras de ti. Pero aun tuviste pulso de escribir: “Padre, muero con orgullo, después de mi muerte se derrumbarán los asesinos. Velad por mis pequeños que Mercedes les recuerde la tranquilidad de conciencia y de alma con que muere su padre.”
Por miles y miles se cuentan los asesinatos en toda España. Son casos todavía palpitantes los que recuerdo. Está fresca aún la sangre de las víctimas (...)
Juvencio Valle
Sacudid un poco vuestro sueño sereno, amables compañeros, y oíd esta verdad horrenda: España entera es ahora una cárcel y un matadero. Pongo la mano sobre el pecho, encima de mi corazón herido la pongo para gritar el dolor de España: allí, los hombres constituidos en autoridad asesinan al abrigo de las leyes. Las leyes de este flamante Estado Español sostienen el crimen, lo requieren, lo implantan como sistema. Abrid bien vuestros ojos y poned atenta oreja a lo que digo: en este instante, centenares de hermanos en desgracia, millares en toda España, caen sacrificados cobardemente al golpe de esa inmensa e innoble cuchilla del Estado. Hombres y mujeres, sin distinción de grado alguno, sucumben bajo este código de exterminio. Allí ya no hay garantías para la madre, ni para el niño, ni para el anciano. Constituye un peligro inmenso sacar el pecho al viento y respirar en el libre aire de Dios. En una continua zozobra rebulle el pueblo perseguido. Extraviado por los caminos de la patria sangrante, mustio, desgarrado ambula el glorioso pueblo de España.Mentira, odiosa mentira la de querer dar entender que nuestros muertos son gente despreciable y vil. Los elegidos para la muerte pertenecen a las más puras inteligencias de España, a sus más altos y nobles corazones. Allí se asesina en nombre el Cristo humano y piadoso, y este crimen inmenso, este desafío a los principios evangélicos clama justicia al cielo. En nombre de Dios poderoso se santifican los asesinatos colectivos y este espantoso oleaje de sangre es una ofensa echada al rostro purísimo de la justicia divina. Grito lo que en pleno corazón me quema como una brasa viva, lo que en tres meses y medio de prisión he visto con horror. Digo el espectáculo macabro de Porlier 54, cinco mil presos en una cárcel estrecha, sin aire, sin agua, sin luz del sol. Cinco mil presos movidos noche y día como un arreo de mulas por el látigo. Albañiles, carpinteros, trabajadores de la tierra, militares, abogados, médicos, periodistas, magistrados, ex ministros, diputados. Gentes de todas las profesiones y oficios, atropellados en su más noble esencia humana. Las manos y las inteligencias más puras de España sucumbiendo bajo la opresión ignominiosa de estas hienas sedientas de sangre. “En dónde tenéis el oro de España” preguntaban los jueces a Besteiro. “Lo tenéis vosotros en vuestras cárceles”, respondió el político. Y es verdad. Ahí está toda la masa , la verdadera riqueza de la patria, ahí están las manos que hacían el blanco pan español, las que elaboran el mejor aceite del mundo, las que por siglos y siglos sostuvieron e hicieron florecer la hermosa tierra española. Ahora se pudren en la inaccíon y bajo la furia de sus carceleros son como espectros o sombras miserables. No pongo en lo que escribo ni una nota más de lo que he visto. Os hablo como el que viene de ultratumba. Ciento siete días inmundos, largamente contados uno a uno, dan testimonio fiel de lo que digo. Nunca, nunca me arrancarán del pecho el asco que me producen tales verdugos. Arrugas de espanto y de indignación traigo en el alma. Cuatro cárceles tuvo la República de Madrid, en medio de la más azarosa guerra; treinta y siete tiene ahora Francisco Franco.Y qué barracones inmundos, qué infames pudrideros, una hora de agua en los grifos y ocho lavabos para quinientos presos, los piojos pululando por los cuerpos sin vida, el sudor, la mugre, el aire espeso de tabaco, los dos baldosines y medio de mezquina cama, los retretes repletos de inmundicia, las moscas pegajosas, la dignidad humana atropellada hasta las lágrimas, la bofetada en el rostro, el codo a codo en las galerías tenebrosas, la sopa de pan vinagre, las lentejas con tierra y gusanos, la sed en las gargantas resecas, el hambre como un garfio. Y Amancio Tomé, el energúmeno inspector de las cárceles de Madrid queriendo doblegar nuestro espíritu a fuerza de tormentos morales, a golpes de hambre y humillación. No te olvido, VI Galería de Porlier, con tus noches de lúgubre silencio, en que quinientos corazones se apretaban en una sola y vibrante esperanza: España libre. Allí la cárcel era inmunda, el muladar del hombre, pero la calle era la familia en la miseria, la casa de los préstamos, la vagancia de los hijos, la sucia limosna. Compañeros míos de reclusión, no olvido vuestros nombres, albañiles o intelectuales, a todos os acompaña mi recuerdo. Y menos aún te olvido terrible III Galería, espantosa antesala de la muerte. Desde aquí os veo, queridos compañeros, el codo en las rodillas y el rostro en las manos, candidatos seguros para el más allá. No olvido vuestras noches sin sueño, el chirriar de los hierros y todos los extraños ruidos de la noche como culetazos en el corazón. Y las horas de “saca”, con su solemne sonido de hielo, y el sudor mortal y la angustia unánime de cinco mil almas mirando a sus compañeros partir hacia la muerte.
Y después, la calle, el grito despavorido de las mujeres, el pobre corazón de las madres rompiéndose en astillas. Y vosotros compañeros flagelados, que llegabais de las comisarías con los pulmones rotos, echando sangre por boca y narices y enfermos o ya inútiles para toda la vida. Javier Bueno, como te recuerdo, espíritu de bondad, inteligencia y corazón superiores, leyendo a tu Garcilaso te sorprendió la muerte, pero sereno y digno, como un filósofo griego, te fuiste del corro de nuestros corazones. Y tú, Bernardo Sánchez, obrero metalúrgico, hermano mío, corazón de pan abierto: cinco hijos pequeños, una mujer enferma, una madre herida de muerte y un padre anciano quedan llorando tras de ti. Pero aun tuviste pulso de escribir: “Padre, muero con orgullo, después de mi muerte se derrumbarán los asesinos. Velad por mis pequeños que Mercedes les recuerde la tranquilidad de conciencia y de alma con que muere su padre.”
Por miles y miles se cuentan los asesinatos en toda España. Son casos todavía palpitantes los que recuerdo. Está fresca aún la sangre de las víctimas (...)
Juvencio Valle
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