Se comentaba que el estraperlo de Madrid se abastecía de alimentos detraídos en gran parte de cárceles y cuarteles. Determinar el destino de los camiones o los beneficios de la operación no estaba en nuestras manos. Lo probable es que los interesados formaran cadena para encubrir el robo a distintos niveles. Los presos, en todo caso, no dudaban de que el jefe del destacamento llevaba una parte. Este jefe, religioso y adusto, no se hallaba para suerte suya desprovisto de toda sensibilidad. Recuerdo, por ejemplo, que me contó a la puerta de su casa el horror que sintió en determinada ocasión. Siendo él, en los primeros años de la posguerra, simple funcionario en la mal afamada cárcel de Porlier cada anochecer se llamaba a los presos que debían ingresar en capilla. De su encierro, saldrían a la mañana siguiente para ser fusilados. El cura de la prisión presenciaba el acto puesto que tenía que ofrecerles sus oficios durante la noche. Un día, la lista no pasó de once. Recuerdo con exactitud la cifra. El más adelante jefe oyó estremecido al cura preguntarle al acabar la lectura, fríamente: “¿Nada más?”. El malestar que la pregunta le provocó, agravado por su condición de creyente y arrastrado en silencio por años, rescataba, finalmente, como ser humano a este miembro del aparato represor frente a la aspereza del cura insaciable.
JUAN URRUTIA BUITRAGO (03-04-43)
Hace 2 meses
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