De todas las víctimas de la represión franquista, las más inocentes y olvidadas son aquellas de las que a veces se habla pero nunca se contabilizan en listados. A las que ni siquiera alcanza la recuperación de una memoria posible, porque para ello hubieran debido tener vida y esta les fue negada desde su mismo nacimiento. El destino de las niñas y niños fallecidos en prisiones, nacidos en ellas, frutos deshechos de unas mujeres rotas, solía preceder sospechosamente a la muerte de sus madres (en ocasiones, apenas horas después, ante pelotones de fusilamiento o minadas por la enfermedad). Cualquier testimonio que nos hable del fallecimiento de un bebé en las prisiones franquistas encoge el corazón y nos remueve por dentro. Son tan gráficos los ejemplos como abundantes, e imaginar a estas mujeres asistiendo a la agonía de sus hijos, debería bastar para que estas atrocidades no queden solamente reflejadas con una simple anotación en sus expedientes carcelarios: "vicisitud" y sean contabilizados como las víctimas que fueron de la represión franquista. Si la tortura de ver morir a esos niños en sus brazos, con la desatención y el beneplácito de los responsables de las cárceles, formaba parte del escarmiento a estas mujeres, sin duda, se consiguió. Ninguna de ellas, ni tan siquiera las que conservaron la vida, pudieron afrontar tales pérdidas y todas murieron con ellos de una manera u otra.
Yo he visto el llanto en los ojos de una madre recordando a su niña, recordando el color de sus ojos mientras se apagaban para siempre y ni un ápice de ese dolor se había desvanecido en los casi 70 años que habían pasado.
Esta es una mínima muestra de su paso por el mundo, para vergüenza de la historia y porque es de justicia que estén aquí.
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