martes, 7 de diciembre de 2010

La voz dormida


Así quiso comenzar Dulce Chacón una de las mejores aportaciones al conocimiento de la represión franquista en las posguerra y, sobre todo, a tejerlo literariamente con el sentimiento.
Las gentes cercanas a las víctimas, sus familiares y amigos, podemos poner nombre incluso a los personajes de su novela y situar sus avatares en la documentación más exacta de la historia.
Os recomendamos releer La voz dormida ahora, cuando hartos de vagar pidiendo saber, exigiendo verdad, justicia y reparación, seguimos con nuestras carpetas medio vacías, con documentos grises, opacos, sesgados, y, sobre todo, necesitados de lo que Dulce pudo y supo contarnos hace años.
En su memoria y en la de las víctimas.

"La primera vez que doña Celia fue al cementerio del Este, se repitió a sí misma que no volvería a hacerlo. Y fue llorando. Por Almudena lo hizo, porque doña Celia no tuvo la suerte de saber a tiempo que iban a fusilar a su hija. Ella no había podido darle sepultura, ni le había cerrado los ojos, ni le había lavado la cara para limpiarle la sangre antes de entregarla a la tierra. Almudena. Y por eso va todas las mañanas al cementerio del Este, y se esconde con su sobrina Isabel en un panteón hasta que dejan de oirse las descargas. Por eso corre después hacia los muertos, y corta con unas tijeras un trocito de tela de sus ropas y se los muestra a las mujeres que esperan en la puerta, las que han sabido a tiempo el día de sus muertos, para que algunas de ellas los reconozcan en aquellos retales pequeños, y entren al cementerio. Y puedan cerrarles los ojos. Y les laven la cara."